Nº páginas: 96 pags
Editorial: Anagrama
Editorial: Anagrama
Año de edición:2001 ( Primera edición)
Género: Narrativa
Género: Narrativa
Fragmento:
Jérôme cerró su libro y cruzó las piernas. Se puso a mirar al inoportuno como quien observa a un conferenciante.
—Me llamo Texel. Textor Texel.
—¿Es un estribillo o qué?
—Soy holandés.
—¿Acaso creía que se me había olvidado?
—Si no deja de interrumpirme, no llegaremos muy lejos.
—No estoy muy seguro de desear llegar muy lejos con usted.
—¡Si supiera! Mejoro cuando me conocen. Basta que le relate algunos episodios de mi vida para convencerle. Por ejemplo, de pequeño, maté a una persona.
—¿Perdón?
—Tenía ocho años. En mi clase había un chico que se llamaba Franck. Era encantador, amable, guapo, risueño. Sin ser el primero de la clase, sacaba buenas notas, sobre todo en gimnasia, lo que siempre ha sido la clave de la popularidad infantil. Todo el mundo lo adoraba.
—Todos menos usted, por supuesto.
—No podía soportarlo. Hay que tener en cuenta que yo era enclenque, el peor en gimnasia, y que no tenía ningún amigo.
—¡Hombre! —sonrió Angust—. ¡Entonces ya era impopular!;
—Y no era porque no lo intentase. Me esforzaba desesperadamente por agradar, por resultar simpático y divertido; pero no lo conseguía.
—En eso no ha cambiado.
—Mi odio hacia Franck iba en aumento. En aquella época todavía creía en Dios. Un domingo por la noche me puse a rezar en mi cama. Una oración satánica: le rogaba a Dios que matara al niño al que odiaba. Durante horas se lo imploré con todas mis fuerzas.
—Puedo adivinar lo que viene a continuación.
—A la mañana siguiente, en la escuela, la profesora entró en clase con una expresión compungida. Con lágrimas en los ojos, nos comunicó que Franck había muerto durante la noche, de una inexplicable crisis cardíaca.
—Y, como es natural, usted pensó que la culpa
era suya.
—La culpa era mía. ¿Cómo si no aquel niño tan saludable podría haber sufrido una crisis cardíaca sin mi intervención?
—Si fuera tan sencillo, no quedaría demasiada gente en nuestro planeta.
—Los niños de la clase se pusieron a llorar. Y nos tocó soportar los tópicos al uso: «Siempre se van los mejores», etc. Yo, mientras tanto, pensaba: «¡Por supuesto! ¡No me habría tomado tantas molestias rezando si no hubiera sido para librarnos del mejor de todos nosotros!»
—¿Así que cree tener hilo directo con Dios? Tiene usted muy buena opinión de sí mismo.
—Mi primer sentimiento fue de triunfo: lo había conseguido. Aquel Franck iba a dejar por fin de amargarme la vida. Poco a poco, comprendí que la muerte del niño no me había convertido en alguien más popular. En realidad, no había cambiado en nada mi estatus de pequeño zopenco sin amigos. Había creído que bastaba tener el campo libre para imponerme. ¡Menudo error! Olvidaron a Franck pero yo no le sustituí.
—No me extraña. No puede decirse que tenga mucho carisma.
—Poco a poco, empecé a sentir remodimientos. Resulta curioso pensar que si me hubiera convertido en una persona popular, nunca me habría arrepentido de mi crimen. Pero tenía la convicción de haber matado a Franck en vano y me lo reprochaba.
—Y desde entonces se dedica a interpelar al primer individuo que se le pone por delante en un aeropuerto para darle la tabarra con su dichoso arrepentimiento.